Memorias de un árbol caído
Bajo mi copa tomaron respiro, en los sofocantes días de estío, los cansados peregrinos del camino. Y cuando un inesperado aguacero tomó desprevenido a algún inquieto niño, mis hojas comedidas lo resguardaron del chubasco.
Mis ramas fueron refugio seguro de caserotes y jilgueros. En ellas construyeron sus nidos en bulliciosa comunidad y criaron polluelos cumpliendo su ancestral misión de perpetuar la especie.
En silencio aportaba mi frondosa silueta como contribución a la belleza del paisaje. Adorno solitario de mi esquina.
Luego vinieron atareados constructores. En mi sombra merendaron y recuperaron fuerzas. Y vi alzarse la casa como monumento a la industriosidad humana.
Me sentí orgulloso. Mi presencia complementaba la belleza rígida de la construcción y era como un símbolo de aprobación de nuestra madre naturaleza.
Cuando el edificio fue concluido, sus propietarios, necios en su soberbia, cogitaron que mi presencia desmerecía la obra.
Y ordenaron derribarme.
Pronto mis restos fueron esparcidos por el suelo. Inerte recuerdo de lo que fui.
Mas no me quejo, acaso ¿no es ese el destino del árbol? Además ¿quién oiría mis lamentos?
Más bien lo siento por mi esquina. Ahora está solitaria como la triste antesala de un mausoleo.

Artista plástico. Músico. Escritor. Periodista. Traductor.
Cinturón negro 5to. dan de Ninjutsu.
Director de Revista La Candela, Bonsai Center La Candela y Canon Conservatorio.
«Tengo 73 años de edad. He dedicado mi existencia a la búsqueda del Conocimiento y he tratado siempre, por todos los medios a mi alcance, de sembrar flores bellas en el erial de la vida. Escribo con la intención de que a ustedes les sea útil mi experiencia y puedan apoyarse en ella para emprender (o continuar) su ascenso hacia una vida superior.» L.S.